por Jeffrey J. Fox, MBA por Harvard y fundador de la consultora Fox & Company, ha vendido millones de libros de estrategia profesional, entre ellos How to Become a Rainmaker. Su estilo es directo, práctico y pensado para gente que quiere la oficina del director general antes de lo “normal”.
1. Piensa y actúa como el futuro jefe
El cargo llega después de que tu conducta lo justifica. Empieza a manejar tu rincón del negocio como si el estado de resultados ya fuera tu responsabilidad. Pregúntate en cada gasto: ¿lo pagaría si saliera de mi cartera? Persigue a cada cliente: ¿qué dolor les quito y cómo lo hago más rápido que la competencia? Si surge un problema “fuera de tu puesto”, entrale. Esa iniciativa envía dos señales a la dirección: ves el panorama completo y asumes la rendición de cuentas.
Adopta también la dieta informativa de un CEO. Sigue las noticias del sector, lee reportes de la competencia, comprende los básicos de finanzas. En las juntas harás preguntas más filosas y propondrás soluciones con contexto: justo lo que recuerda la gente que decide ascensos.
2. Traza tu propio mapa de carrera
Recursos Humanos gestiona cumplimiento, no ambición. Mapea la organización para ubicar los nodos de poder: áreas que fijan estrategia, controlan presupuesto o tocan clientes de forma directa. Después revisa los currículums de quienes suben rápido: puestos clave, posgrados repetidos, asignaciones internacionales. Esa huella revela lo que la cultura premia.
Cuando veas la ruta, muévete con intención: pide un proyecto transversal, transfórmate de área, o búscate un mentor dos escalones arriba. Si el techo es de cristal—tal vez te falta “pedigrí” o el club de amigos está cerrado—cámbiate de empresa antes de oxidarte. Un salto lateral puede reiniciar percepciones y acelerar tu curva.
Y di “sí” a encargos con reflector aunque asusten. Rescatar un piloto fallido o coordinar un tablero para el comité ejecutivo te enseña en seis meses lo que otros aprenden en dos años, y tu nombre queda asociado a acción, no cautela.
3. Entrega resultados que hablen más fuerte que tú
Las organizaciones rebosan de presentaciones brillantes y plazos incumplidos. La ejecución es escasa, por eso vale oro. Lleva un sistema simple: cada promesa va a una lista y se cumple sin excusas. Cuando un incendio se salga de control, avisa temprano, ajusta y entrega algo útil en la fecha pactada. Esa sola disciplina te coloca en la élite de fiabilidad.
Elige además proyectos con impacto medible: ingresos nuevos, costos evitados, tiempo de ciclo recortado. Comparte el dato en un correo breve: “Reducimos onboarding de 18 a 7 días; la fuga de clientes bajó 12 %”. Las cifras siguen vendiéndote mucho después de la reunión.
Reparte mérito con generosidad. Destacar al analista que extrajo los datos o a la ingeniera que parchó el bug crea lealtad y te marca como líder que eleva a su equipo.
4. Colócate donde está la acción (y el dinero)
No todos los puestos tienen la misma potencia. Las áreas de ingresos, producto u operaciones viven bajo el reflector porque afectan el crecimiento en directo. Si hoy estás en legal, RH u otra función soporte, planea una rotación en ventas o manejo de P&L; un año basta para cambiar cómo te ve la dirección.
El salario es otra pista: cuanto más alto, más visibilidad. Entre dos ofertas parecidas, inclínate por la mejor pagada y más cercana al resultado financiero. Esa exposición acelera tu ascenso.
Ya en el rol, fabrica momentos donde ejecutivos presencien el talento de tu equipo: invita al CFO a un demo trimestral, lleva al COO a un recorrido por planta, organiza una mesa redonda con clientes. El acceso orquestado te consagra como productor, no espectador.
5. Lidera antes de tener el título
Ser líder es decisión, no diseño de puesto. Trata toda junta, negociación o llamada de cliente como ensayo del estilo que quieres inyectar a la empresa. Enfoca discusiones en el beneficio al cliente, sube alertas antes de que el riesgo se vuelva crisis y toma los trabajos sucios—cerrar una cuenta enfurecida, fusionar equipos redundantes, explicar malas noticias al consejo.
Contrata como dueño: exige talento honesto y brillante aunque cueste más. El rendimiento compuesto de un “A-player” supera al de varios medianos y eleva el estándar del grupo. Luego quita obstáculos, celebra logros públicos y desvía crédito privado: así se vuelve compromiso en esfuerzo extra.
Fuera de tu área, sé embajador de la marca. Usa el producto, presume el logo, responde preguntas con orgullo. Los clientes detectan la autenticidad, y los directivos la valoran.
6. Haz de la disciplina tu arma secreta
Ser constante vence a ser explosivo. Llega 45 minutos antes que la mayoría y usa la calma para priorizar correos, bosquejar objetivos y ensayar conversaciones difíciles. En un año “ahorras” cuatro semanas laborales sin sacrificar sábados.
Cuida el tanque físico. El CEO promedio no compite en Ironman; entrena para durar. Media hora diaria de pesas, yoga o intervalos mantiene enfoque, ánimo e inmunidad. En un entorno crónicamente cansado, quien luce fresco en la revisión de estrategia a las 6 p. m. resalta.
Controla la óptica social. Acompaña al after-office, pide una bebida, retírate antes del karaoke. Evita ser la foto borrosa del lunes en Slack. La disciplina puede parecer invisible día a día; a largo plazo te cuelga la etiqueta de “apuesta segura” para promoción.
7. Comunica para que nadie falle el tiro
La claridad es bondad… y eficiencia. Reserva una hora de silencio matutino para destilar problemas en dos párrafos y decisiones en dos renglones. Sustituye jerga por verbos: no digas “apalancar sinergias”, di “compartir datos diario”. La gente actúa rápido cuando entiende a la primera.
Cuando toque agradecer, escribe a mano. Un papel tangible pesa más que cien notificaciones. Si surge conflicto, camina al escritorio o abre videollamada: una charla directa resuelve en minutos y evita dramas reenviados.
Cuida voz y lenguaje corporal. Habla un poco más despacio, pausa tras cifras clave y mantiene contacto visual. Serenidad transmite control; el control genera confianza; y la confianza otorga influencia más allá del rango formal.
8. Esquiva los asesinos silenciosos de carrera
Un correo airado, un chisme compartido o una borrachera épica pueden tumbar años de resultados. Trata la ira como radiación: peligrosa, rastreable y permanente. Aleja las manos del teclado, redacta en un documento privado y duerme sobre ello. El 90 % de la catarsis “urgente” sobra al día siguiente.
Mantente lejos del banco del chisme. Quien hoy habla mal de otro mañana hablará mal de ti. Corta el tema o redirígelo a soluciones. La alta dirección valora a quien mantiene foco y eleva la conversación.
Si algo revienta—sobrepresupuesto, brecha de seguridad, fuga de cliente—repórtalo pronto. Expón qué pasó, por qué y tres caminos de corrección. Transparencia con solución puede ganarte respeto; encubrimiento lo destruye. Y cuanto más alto estés, menos tiempo tendrás para reparar credibilidad.
9. Conclusiones clave
Ser CEO no es magia: es el resultado de elecciones disciplinadas. Actúa como dueño, diseña tu trayecto y ubícate en roles que generen valor visible. Ejecuta con fiabilidad tan constante que tu nombre se vuelva sinónimo de “queda resuelto”. Lidera antes de que el organigrama te lo asigne. Comunica con precisión, vive con mesura y protege tu reputación como capital.
Haz estos nueve puntos, repítelos y la oficina de la dirección general dejará de ser deseo remoto. Será el siguiente paso lógico en una carrera que llevas piloteando—día tras día—con intención y consistencia.
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